Los aldeanos se acercaban al atardecer buscando las matas de los hipéricos que crecían en las orillas del bosque, allí se distribuían en pequeños grupos que apuraban la recolección de las cañas leñosas, temerosos de que las primeras sombras les encontrasen fuera de sus casas. Fijas las manos y los ojos en la tarea murmuraban salmodias y conjuros, las mujeres apañanaban en sus delantales la cosecha, los hombres lo hacían bajo el brazo, cumplida la faena y sin volver la vista, apuraban el paso en filas de a dos camino de la aldea. Una vez traspasado el umbral, en cada vivienda se renovaba el rito de quemar lo recogido para ahuyentar la presencia del maligno.
El silencio recobraba con la noche la voz del bosque, arropado en encajes de luna. Tilán, escondido entre los muros ruinosos, observaba con cierta dificultad los botones rojos, a punto de estallar en flores amarillas para celebrar San Juan. Acostumbraba a escabullirse de la casa que ocupaba hacía generaciones, camuflado en mil escondites que se había procurado con el transcurrir del tiempo, y se acercaba al bosque para recoger alguno de aquellos brotes con la intención de renovar los ya viejos y deslucidos botones de su blusa colorada… cada junio los recogía para Dulia en la orilla del bosque y cada año, al abrir la mano para entregárselos, se encontraba con que el agujero de su mano izquierda los había dejado caer.
Giraba entonces sobre sus pasos y el revuelo de los petirrojos le daba la pista del paradero de su rapiña. Cojeando más si cabe, con el gorro a punto de desaparecer entre los helechos recorría la orilla del río mientras el agua dibujaba su cara oscura y vieja… sus ojos pequeños, mates y oxidados como diminutas cabezas de alfiler… Le latía con fuerza el corazón al saber que cada paso le acercaba a ella, lejana, inalcanzable… imposible –¡Tilán! ¿Eres tú?– Al oír su nombre en aquella voz la sonrisa tímida cosía una herida en su rostro abrumado y una sensación con sabor agridulce le ocupaba la voz dejándole mudo …-¡Tilán! ¿Traes los botones?… El Trasgu abrió su mano izquierda y comprobó, como cada año, que aquel agujero permanecía allí incapaz de retener nada… –Hay cosas que no cambian– Pensó
Cuando acertó a llegar al claro del bosque se detuvo para disfrutar del momento, un rasguño húmedo y amargo le cruzó la mejilla mientras observaba como Dulia, ensimismada, acariciaba unas prímulas. A su lado, sobre las piedras del río, una fina malla de hilos dorados guardaba diminutos botones rojos, tersos, brillantes frutos de rusco…Al oír el crujido de las hojas, la xana levantó la mirada y se encontró con la otra, asombrada y dispersa del duende… -Ya los tengo, Tilán, este año para San Juan tendrás lo que querías- Enhebró su aguja de oro y esperó.
Documentación.-sobreleyendas.com
Fotografía.- Archivo Selva Asturiana.
Texto.- Ana I.D.Goti