Comienza septiembre a dorar las hojas con un tibio sol de futuro otoño, cuelgan desmayadas en la rama y, abarquilladas, emprenden su viaje lento y arremolinado hacia el musgo mullido y sombreado…¡Crack!… Sorprendida, la mariposa blanca levanta su vuelo hacia el roble, indaga entre los amarillos, verdes y ocres… vuelve al musgo. Llega septiembre y con él se abre la puerta de la naturaleza para llenar el cuerno de la abundancia, comienza la recolección de frutos y cosechas, la fertilidad de los pastos aumenta y la luna aparece generosamente blanca, rememorando aquellos tiempos en los que los agricultores aprovechaban su intensa luz para recolectar las últimas cosechas.  No es casualidad que el calendario revolucionario francés trasladase el comienzo del año a septiembre, Vendimiari. Allí donde no llegan las máquinas lo hace el hombre, con sus brazos y su sudor, tal como se viene haciendo desde la Edad Media. Empiezan a caer las primeras castañas, la humedad del rocío de septiembre, y algunas lluvias, regeneran un bosque que ha vivido un estío seco y en pocos días comienza también la otra cosecha, la de las setas. Sin embargo, y mientras nos dedicamos a disfrutar de estos manjares y a caminar en su busca, somos apenas conscientes  del papel que cumplen los hongos en la conservación de la diversidad de los bosques y en su capacidad de adaptarse al cambio climático y mitigar sus impactos. Los hongos proveen múltiples servicios ecosistémicos que resultan determinantes para la vida del planeta y el bienestar de la humanidad.

En los troncos añosos florecen los hongos de otoño

En los viejos troncos surgen los hongos de otoño

La seta es al hongo lo que el fruto al árbol. Supone tan solo una pequeña  parte, que le permite diseminarse mediante la dispersión de las esporas almacenadas bajo el sombrero de la seta. Pero la mayor parte de esos mismos hongos cuyos “frutos” consumimos está oculta bajo el suelo que pisan nuestros pies mientras caminamos por el bosque. En esa porción de suelo que no vemos, los hongos conectan todo el ecosistema forestal a través de una compleja “red social”. Es lo que los científicos denominan la internet del bosque. Esa red sostiene la vida de esa fracción del mundo que sí vemos.

Las setas no solo constituyen un importante pilar de nuestras economías y tradiciones gastronómicas. De ellas también depende, en buena medida, la vida del planeta tal y como la conocemos. Al fin y al cabo, nuestra vida. Por eso, valorar y conservar el recurso micológico es uno de los grandes favores que podemos hacernos como sociedad. Para preservar un recurso tan valioso existe la micosilvicultura, una disciplina de la ciencia forestal que aboga por una gestión forestal multifuncional orientada a la producción de setas y a la conservación de la diversidad micológica y de sus funciones ecológicas. Mediante la investigación forestal contribuimos a comprender mejor el funcionamiento de los bosques, también de esa parte que no vemos bajo el suelo.

Sorpresa de la vida

Vida invisible, pero vida

 

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