El árbol y la Navidad
Las celebraciones navideñas tienen un origen ancestral que se remonta a los ritos paganos que celebraban el solsticio de invierno con un calendario íntimamente vinculado a los ritmos de las sociedades rurales. En esta época del año se celebraban ritos y emparentados o vinculados directamente a la protección del hogar. Como la costumbre de echar en el lar familiar un tronco, a poder ser de roble, con el objetivo de que se consumiese hasta Año Nuevo. Los tizones se conservarían en la familia como protectores del hogar y sus brasas también se utilizarían como recurso por su poder curativo.
En Asturias se decoraba con hojas de tejo, abeto o de acebo, con velas y otros objetos colgados, como por ejemplo hilos o encajes y, a sus pies, una cesta con frutos de otoño-invierno como las castañas. Cuenta con todos los elementos para ser un símbolo de culto al árbol y un rito de paso invernal. Los celtas de Europa central, empleaban árboles para representar a varios dioses. Coincidiendo con la fecha de la Navidad cristiana celebraban el nacimiento de Frey, dios del Sol y la fertilidad, adornando un árbol al que llamaban Idrasil (Árbol del Universo). En su copa se hallaba el cielo y en las raíces profundas se encontraba el infierno. Conforme a la antigua creencia germánica era un árbol gigantesco el que sostenía al mundo y el que soportaba, en sus ramas, el peso de la luna, el sol y las estrellas. Un árbol que era, además, el símbolo de la vida ya que, en invierno, cuando casi toda la naturaleza aparecía muerta, éste no perdía su verde follaje. Según cuenta la leyenda más extendida acerca del Árbol de La Navidad debemos al tiempo transcurrido entre los años 680 y 754. En aquella época San Bonifacio, uno de los principales evangelizadores de Alemania, entendió que era imposible arrancar de raíz la tradición celta, por lo que decidió adaptarla dándole un sentido cristiano. Fue así como cortó con un hacha un roble que representaba a Odín, y en su lugar plantó un pino, que por ser perenne simbolizaba el amor de Dios, adornándolo con manzanas y velas. Las manzanas representaban el pecado original y las velas, la luz de Jesucristo.
Estos ritos, creencias y tradiciones nos llevan a la consideración de que, desde tiempos inmemoriales, el árbol ha sido un símbolo de fertilidad y de regeneración.