«Ese pozo minero hoy cubierto de agua y lodos, hace aproximadamente unos cincuenta y dos años lo vi seco. Varias bombas lo achicaban continuamente echando las aguas que brotaban de las numerosas arterias cortadas de su enramado caudal subterráneo (…) recuerdo las vías y las carrochas por su interior y las casetas donde dormían los mineros y los camastros con colchones de borra gris que fueron saliendo al sol y al agua al paso impertubable del tiempo que todo lo arrasa. Mucho tiempo seguí acudiendo al lugar, una vez cubierta de agua la poza para buscar mineral de pirita para mi colección inacabada.
… aún se encuentran los restos de una antigua mina de piritas. Queda el pozo cubierto de agua que recuerda a la Laguna negra de los Campos de Castilla de A. Machado.»
Así comienza una de las páginas en las que Ramón González Noriega, nos regala sus recuerdos, gracias a sus palabras podemos darnos un paseo retrocediendo en el tiempo y escuchar, de sus letras, cómo era esto que llamamos Selva Asturiana aunque, para nosotros, siempre será Bolao
«Caminados unos veinte metros y vemos un desvío a la izquierda por el que podríamos seguir en otro momento hasta la capilla de San Felipe en Soberrón, al pie del Picu Castiellu. No obstante, aprovechamos para echar un vistazo al entorno y lo seguimos algunos metros. Veremos una torre del transformador que daba corriente a la mina de piritas escavada a cielo abierto. El profundo y extenso pozo quedó anegado desde que se rompieron en mil heridas los veneros que lo cruzaban y ahora vierte las aguas sobrantes en un riachuelo que las lleva hasta encontrarse con el ríu Vallanu poco antes del molino de Las Mestas que ya conocemos.»
Al lado de la mina hay un bosquecillo que linda con la carretera por el que discurre un cauce de aguas claras y fondo arenoso. Es fácil descubrir su nacimiento, cerca de la entrada principal de una cueva que todos conocemos como la Cueva de las Herrerías. De joven cuando la visitaba por juego y aventura no sabía de los tesoros prehistóricos que guardaba, ni sospechaba el porqué de su nombre. Hará unos veinticinco años, ¡qué rápido se van!, descubrí ya con una mirada más observadora que al pie del manantial de Las Herrerías quedaron trozos de mineral de manganeso. Dan el aspecto de haber sido calcinados en un horno porque presentan formas acarameladas casi vidriosas por las altas temperaturas»
«A la derecha, hay un bosque de eucaliptos y por un sendero si andamos unos cincuenta metros damos con la Fuente las Herrerías, delante de la cueva de su nombre. A poco que miremos en el lecho del agua encontraremos unos bloques informes de mineral, más pesado que las rocas de areniscas que lo forman y que a mi juicio dan nombre al lugar. Muchas personas piensan que se refiere a una posible serrería, pero es más creíble que fuese una herrería, por el citado mineral de hierro, que además presenta signos de haber sido fundido. Otras más piensan que es el mismo mineral que se sacaba en la mina de Bolao que está justo al lado del camino por el que entramos, pero la mena que se extrajo en ella, era la pirita.»
Hasta aquí, desgranada cálidamente, la memoria de Ramón González Noriega a quien damos las gracias por regalarnos colores y olores de lo nuestro. A partir de este punto las investigaciones prosiguen, de momento, en otros archivos.