Vengo a ver al Cuélebre– decía el críu- mientras sujetaba entre sus manos un envoltorio de papel de estraza. –¿Que vienes a ver al Cuélebre?…¿Y no te da miedo?… Quedó pensativo el rapacín y se sentó sobre una roca, mascullando una respuesta. –Le traigo el bocadillo de la merienda… le gusta el quesu…– El paisano miraba las manos diminutas que sujetaban el paquete y no se sabía muy bien si realmente se tomaba en serio aquella conversación o simulaba un falso interés ante su pequeño interlocutor. –Yo había oído que la borona preñada es lo que más le gusta– Le respondió en el mismo tono serio y formal con que había comenzado aquel encuentro.
Continuó el diálogo ya sentados los dos al lado de la cueva escondida en el bosque, los árboles frondosos de verano habían atrapado la voz de los pájaros y un aire húmedo y caliente despeinaba los helechos. Los pies pequeños jugaban con las hojas secas que habían formado una alfombra delante de la gruta… –Pues no parece que tu amigo se haya movido de ahí dentro, ya ves que curiosín está el suelo…- No es amigu miu, solu nos vimos una vez-…La perplejidad de aquel hombre deshizo cualquier señal de compostura . –Cómo fue…¿Viste al Cuélebre? ¿Estás seguro?-…
Los rizos castaños se movían afirmativamente y el pie comenzó a buscar tierra bajo la hojarasca, empezó a contar que el verano anterior se había separado de un grupo de niños que visitaban el bosque,no sabía cómo se había perdido y al intentar reunirse con los compañeros se encontró con una serpiente tan grande como un dragón, con alas de murciélago y ojos brillantes, tapando la entrada de la cueva. –Caí de culo- se rió –¡Vaya sustu!!- al caer se encontró enredado en la cola de aquella extraña criatura, rodaron por el suelo mochila, visera, cantimplora y el bocadillo que salió disparado del chaleco. Tras el primer aturdimiento y el silencio consiguiente comenzaron a llegar sonidos difusos, confusos y perdidos entre árboles y matojos, poco a poco empezó a escuchar su nombre casi cantado por un coro infantil… Siguiendo la dirección del sonido corrió al encuentro con aquellos que le reclamaban, excitado, impaciente, nervioso por enseñarles su descubrimiento… Al volver sobre sus pasos encontraron la cueva solitaria y delante de ella los objetos perdidos, todos excepto el bocadillo. –No me creyeron, riéronse de mi,- Había contundencia en aquella afirmación, ni punto de vergüenza o duda.