En aquellos largos e interminables paseos por Bolao descubrimos cómo hasta ese momento aquel lugar se había convertido en una escombrera en la que sin pudor alguno se arrojaban desechos sin consideración alguna. Formaba parte de lo «normal» el tirar cosas allí. Nadie protestaba, nadie recogía,no pasaba nada.
Durante años se había establecido la costumbre de depositar allí cualquier cosa creyendo quienes lo hacían que era un lugar sin dueño o, si lo había, consentía. Sin embargo cuando comenzó la limpieza surgieron las primeras «voces». Tampoco se esperaban brazos para ayudar en un empeño privado, sólo respeto ante un trabajo que a nadie debía «molestar».
Armados en principio con bolsas de basura, recorríamos los vericuetos llenándolas de todo un poco, y maravillándonos ante la belleza que se descubría entre zarzas y troncos caídos. Mares de helechos y prímulas brillantes y solitarias que desentonaban ante residuos de todo tipo. Bajo las rocas asomaban plásticos con escombros entre los que las salamandras habían encontrado un hogar que disfrutaron, más a gusto, cuando quitábamos los plásticos. No era capaz la naturaleza de recuperar su espacio entre los restos de obras, bidones y neumáticos que parecían ya formar parte del paisaje.
Por otro lado se presentaba el proyecto ante los organismos pertinentes y comenzábamos a «bracear» en el complicado mundo de la burocracia. Permisos, registros y la ilusión renovándose cada vez que conseguíamos arrancar la basura y veíamos cómo, libre de ella, la naturaleza nos premiaba estirándose como un gato perezoso recién despierto de su sueño.
El Pozu de la Mina era otro de los retos y lo que mayores sorpresas nos iba a proporcionar cuando decidimos aventurarnos en su saneamiento… Una «charca» sucia, un cementerio de objetos variopintos que flotaban o permanecían sumergidos intoxicando el agua y convirtiendo aquel paraje en un lugar inhóspito.
Decidimos guardar algunos objetos para exponerlos como «curiosidades» en el futuro emplazamiento de Selva, nos parecieron «trastos» con historias que contar, que imaginar…incluso entrañables como el pequeño triciclo, el exprimidor, la jarra de barro…
El álbum parecía interminable y mientras el remolque de nuestro amigo iba camino del punto limpio aparecían nuevos y variados «regalos». Finalmente hubo que adentrarse con la piragua para rescatar lo que, desde la orilla, resultaba imposible.
No sabemos lo que queda en el fondo, será otra sorpresa que saldrá a la superficie en su momento, sin embargo estamos satisfechos con el trabajo hecho, ha crecido el acanto de la orilla, los brotes de laurel están firmes y sólo esperamos que la luz verde aparezca en breve para seguir adelante con lo que comenzó siendo un sueño.